La gente que camina después de que le cortan la cabeza
La gente que camina después de que le
cortan la cabeza
Conocí
a David el primer año de carrera, pero no hablamos sino hasta el tercer, casi
cuarto año. Todos sabían quién era: la mayoría de
hombres dice que era un pobre diablo engreído; para unos pocos, un tipo inteligente y medio autista (si es que se puede ser medio
autista); la mayoría de mujeres lo cree simpático: sonrisa alineada, ojos
verdes o avellana, según se viera. El grupo menor de ese porcentaje, donde
estuve yo por mucho tiempo, siente una lástima floja por él. Bueno, más que por
él, era por María y por cómo terminó todo. Nunca nadie responde cuando
preguntan cómo se conocieron; solo se sabe de ellos dos cosas: que se casaron
demasiado jóvenes y que María se murió apenas un mes después de la boda.
La muerte de María ocurrió justo ese
tercer año de carrera; debía tener veinte y David, veintiuno. Todo lo que
cuento son tan solo rumores, algunos más cercanos a la realidad que otros;
nadie sabe lo que pasó y David se niega rotundamente a hablar sobre el asunto.
Yo tampoco me siento capaz de preguntarle, sobre todo porque la mayoría de
veces que estamos juntos está sonriendo y me mira como si de verdad me
quisiera. Preguntarle por ella y esa noche sería un acto de villanía de mi
parte.
Julián, que alguna vez fue su amigo,
dice que solo se casaron por el embarazo de María (ocho meses al momento), pero
Rosario, amiga de ella, dice que fue un asunto de amor, que ambos estaban
enamorados y que David sigue refiriéndose a ella como «el amor de su vida».
Haya sido como haya sido, se casaron y estaban esperando un hijo. Julián dice
que David no estaba feliz con el asunto, pero Rosario dice que era María la que
nunca había querido tener hijos, que fue por David, que él fue quien la
convenció. Él quería formar una familia con ella. El asunto de versiones se
inclina hacia Rosario porque Julián ni siquiera fue invitado al matrimonio; en
cambio, Rosario fue una de las pocas personas que vio el cuerpo de María esa
noche. Julián dice que ese único mes de matrimonio fue un absoluto infierno
para David, que María estaba insoportable e incluso añade siempre un: «Creo
que la engañaba con otra», que estaba arrepentido, pero ya no podía hacer nada.
Rosario dice que vivieron un mes de profunda felicidad, que él no la descuidó
en ningún momento, porque ella tenía miedo por el parto.
En realidad, todo es tan difuso que
siempre lo pienso como un cuento fantástico, incapaz de encontrar una relación
entre el David que conozco ahora y el David, esposo de María. He tratado, pero
no recuerdo ni un poco de esa época, más allá de que compartimos una clase y
que alguna vez cruzamos miradas, sin ninguna intención. Bueno, de hecho, solo
recuerdo el día después de la muerte de María. Todos lo recordamos, quizá por
la sutil extrañeza que terminó levantando todas las habladurías.
De la noche exacta hay dos versiones: la
que cuenta Julián (según él, de la boca del mismo David) y la de Rosario (que
vio el cuerpo de María). Julián dice que María comenzó la labor de parto a eso
de las once de la noche, que ellos estaban viviendo solos a las afueras de la
ciudad. Julián dice que David trató de sacarla de la cama, de meterla en el
carro y llevarla al hospital, pero que María se negó, que le dijo que podía
hacerlo sola y ahí, que solo ayudara con lo que le pidiera. Julián dice que,
pasados los primeros diez minutos, David se dio cuenta de que ella estaba
perdiendo mucha sangre y el bebé seguía sin salir; volvió a insistirle y ella
se negó de nuevo. Lo mandó a buscar agua tibia y una ponchera. Julián dice que
cuando David regresó al cuarto, María ya estaba muerta, desangrada. Rosario
dice que las contracciones las tuvo todo el día, que quería quedarse en el
hospital, pero David no quería; quería irse a la casa y dormir. María estaba
asustada y no quería quedarse sola, por eso se fue con él. La hora del parto es
lo único que coincide entre las dos versiones. Rosario dice que, en realidad,
María se despertó por el dolor y que para entonces ya había perdido mucha
sangre. Rosario dice que no entiende por qué David no llamó a alguien o por qué
no la llevó al hospital. Rosario dice que llegó al apartamento porque el último
mensaje que le envió María decía: «Ven, David no está reaccionando. Estoy
perdiendo mucha sangre», aunque nadie ha visto ese mensaje.
Rosario dice que la imagen que encontró
era tan irreal que rozaba lo grotesco. Dice que David estaba sentado en las
escaleras, con las manos en la cabeza y que no le dijo ni una sola palabra.
Dice que pasó a la habitación, que María estaba en la cama, de manos y piernas
abiertas, con tanta sangre que no supo distinguir el color de las sábanas. Dice que la cabeza del bebé estaba asomada, nada más la cabeza, morada también.
Rosario dice que David les dijo solo a los papás: «Se desesperó, le dolía mucho
y se desesperó».
Un día Rosario y Julián casi concluyeron
que David dejó que se muriera, que quería que se muriera. «Casi», porque ambos
debieron sentirse mal por pensarlo. Yo recuerdo el día siguiente porque todavía
nadie sabía de la muerte de María ni del bebé. Lo recuerdo porque David se
presentó a esa clase y se sentó junto a mí. Recuerdo pensar que se veía
cansado, lejano tal vez, pero casi a mitad de la clase me habló:
—Esto es absurdamente ridículo —dijo—.
Debí dejar la carrera el primer año.
—Nunca es tarde —le respondí.
—Sí, supongo que no. En ese caso,
deberíamos salir un día de estos. ¿Te parece si te escribo?
Apenas alcancé a responderle que sí.
Después se levantó y se marchó. No sabía si tenía mi número, yo no se lo había
dado. De todas formas, no volví a verlo. Las dos semanas siguientes no se
presentó a ninguna clase, aunque fue esa misma tarde cuando llegó la noticia
sobre María. David me escribió para las cuentas del inicio del cuarto año, tres
semanas después del funeral. Pensé que necesitaba hablar con alguien, por eso
me presenté. No hablamos ni una sola vez del tema, ni de María ni del
matrimonio. Volvimos a salir al siguiente día, y al siguiente, y al siguiente,
hasta ahora. Julián dice que yo era «esa mujer» con la que estaba engañando a
María. Rosario no dice nada, al menos yo no he escuchado nada.
A mí me parece que David es el eco de
todo lo que dicen; no porque no le importe, sino porque vive con el impulso
del último reflejo que tienen los muertos.
.jpg)
Comentarios
Publicar un comentario