Otra vez

 



—Vamos a la playa —le propuse.

Cruzábamos con prisa la avenida; incluso atisbé el sonido de unos insultos, provenientes de algunos conductores que iban a toda prisa.

—¿Qué hora es? —me preguntó en un tono serio, sin dejar de caminar.

—Las once —le respondí de inmediato—. Creo…

Se detuvo cuando estuvimos del otro lado de la calle y me miró.

—¿Sabes por dónde es? —volvió a preguntar.

—Doblamos en la otra esquina y seguimos derecho —mi mano apuntó el final de la solitaria calle.

Asintió con lentitud y continuó caminando más aprisa. Tuve que forzar mis piernas para ir más rápido, y cuando pude alcanzarlo, entrelacé su mano con la mía. En realidad, no sabía qué esperar con eso, no era la primera vez que nos tomábamos de las manos; aun así, sentí un vacío en la panza cuando me miró, al parecer sorprendido.

Su presencia desde siempre me había hecho temblar; incluso después de meses, esta noche en particular no había sido la excepción.

Frente al mar, nos separaron un par de pasos de distancia. Él apreciaba el mar ensimismado, del mismo modo en que yo no podía apartar la mirada de él. Y esa noche sentí que la luna ya no brillaba tanto.

—Valió la pena venir, ¿no crees? —le dije, sin dejar de mirarlo.

—Me gusta mucho —fue lo único que respondió.

No supe si se refería a la noche, el mar, la luna o quizá a mí.

Yo siempre había sido quien tomaba la iniciativa entre los dos, y cuando noté que esta vez parecía no ser la excepción, me acerqué a él, tomándole el rostro con ambas manos, y lo besé.

No pasó mucho cuando sentí que sus manos rodearon mi cintura, como un par de olas acariciando la playa, ese instante donde soy todo y nada.

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