El cigarro
—¿Nos fumamos un cigarro?
Le dije con mi tono más amistoso, mientras lo miraba de reojo.
—Está bien —contestó.Guardamos silencio por un par de minutos, hasta que tomé la iniciativa de sentarme frente a él. Me lanzó una mirada que fue sutil al principio. Luego, sin pena alguna, me miró los labios; parecía deseoso.
Sonrió con discreción.
Después, acostados sobre el pasto verde, frente al lago, mientras mirábamos el cielo azul de aquel día, nos fumamos aquel cigarrillo, que cada vez que lo pienso parece mucho más idílico.
Nos mirábamos llenos de complicidad. Él se reía de mí porque no me tragaba el humo.
—¿Lo has hecho antes? —me preguntó incrédulo.
—No.
Por su expresión me quedaba claro que no me creía, pero lo que en realidad no sabía era que yo jamás había sentido tanto a alguien como a él.
Después de ese día, lejos de él, la idea de volverme a fumar un cigarro no volvió, y dejé que se quedara en el único lugar donde podíamos estar juntos: mi memoria.

Comentarios
Publicar un comentario